Hoy en día estamos avasallados por infinidad de estímulos: visuales, auditivos y sensoriales. No nos damos cuenta, y nos entra información por la vista, por el oído, por el olfato, por el tacto… Es tan rápido, que cuando tenemos que recordar dónde hemos visto u oído esto o aquello, no conseguimos acordarnos.
Estamos enganchados a las redes sociales, leemos frases cortas, vemos diversidad de imágenes, escuchamos música, noticias, consejos… y todo ello sin prestar la atención que se requiere para retener toda esa información. Este hecho está provocando un ritmo tan acelerado en la comunicación, que estamos perdiendo la capacidad de hablar con los demás con calma; estamos perdiendo la capacidad de escuchar con atención, de entender qué se nos dice, y todo junto, produce malos entendidos, discusiones absurdas, rupturas y conflictos.
Todos sabemos que el lenguaje es parte fundamental e indivisible de la comunicación entre los seres humanos. Todo el mundo se comunica y utiliza un lenguaje más o menos complejo. Y también es cierto que el lenguaje viene a completar muchas otras formas de comunicación, como el olor, la postura o los adornos de varios tipos. El lenguaje verbal de las personas se distingue por la capacidad de establecer y describir conceptos que configuran escenas reales o imaginadas y que, mediante complejos mecanismos, nos han llevado donde estamos.
Xavier Punset, periodista y divulgador científico, en su libro titulado “La gente hablando se desentiende” analiza los motivos por los que el lenguaje hablado -por sofisticado- se presenta todavía como un laberinto científico. Hace unos años se estableció la teoría de que la capacidad de habla de los humanos viene determinada por un gen de nuestro ADN, el FOX P2, lo que los biólogos llaman el “gen del lenguaje” descubierto hacia el 2002 y que es un gen implicado en el movimiento de la musculatura implicada en la vocalización.
¿Qué tiene que ver toda esta ciencia en una columna de opinión sobre marketing? Tiene que ver porque una de las áreas más importantes del marketing es la comunicación. Incluso hay quien la considera una disciplina en sí misma. Y es que el lenguaje no sólo nos permite comunicarnos, también nos afecta a la hora de definirnos. Sí, el lenguaje nos define. Define el individuo y define el colectivo.
Como colectivo, el lenguaje nos define. Nos otorga categorías, nos clasifica en varias graduaciones. Por ejemplo, un campesino no se refiere a los”árboles”, ellos hablan de “robles”, “encinas”, “pinos”, “hayas”…. ya que necesitan identificar cada especie de forma singular. Este hecho es usual en la mayoría de oficios.
En la actualidad no es extraño descubrir que el lenguaje es válido para otros colectivos, ya que les ayuda a agruparse y sentirse identificados por un mismo lenguaje. Un ejemplo divertido es el de los adolescentes, que han sabido crear prácticamente un idioma propio para hablar entre ellos.
El lenguaje es también necesario para definir ideas abstractas, para ponerlas en común gracias a eslóganes o exclamaciones, todos con intenciones diferentes. Estas intenciones varían de acuerdo al contexto. Un mismo eslogan puede tener funciones en código positivo – “¡A por ellos!” – en el caso de unos aficionados del fútbol o en código violento – “¡A por ellos!” -, en el caso de la gente aclamaba sus fuerzas policiales y militares para reprimir con violencia.
El lenguaje, en su modalidad de idioma, también nos define. Porque cómo articulamos el idioma y organizamos las palabras nos define en la inteligencia. En todas las inteligencias: la cognitiva y la emocional como mínimo, pero también nos define en la conducta.
En este sentido, el inglés parece el idioma por excelencia de los emprendedores. Por ejemplo, cuando alguien de habla española trabaja para un jefe, en el organigrama de la empresa se expresa diciendo que esta “depende” del otro. Este verbo (depender) establece una relación de inferioridad y subordinación. En cambio, los angloparlantes dicen que ellos “reportan” a su jefe (to report to …), verbo que establece una relación colaborativa, no estrictamente de dependencia y claramente comunicativa en la relación de ambos.
El lenguaje también tiene su parte perversa. El cambio de orden de los factores altera el producto. Hay que tener especial cuidado en utilizar el orden correcto en cada expresión, ya que de lo contrario se pueden provocar situaciones muy conflictivas.